jueves, 21 de febrero de 2013

El valor de una sonrisa...



Hanoch McKarty


Muchos conocen bien “El Principito”, un libro maravilloso escrito por Antoine de Saint-Exupéry. Es un libro que, sin dejar de ser un cuento para niños, es también un recurso maravilloso para estimular el pensamiento de los adultos. Saint-Exuperý fue piloto de caza que luchó en la 2º guerra mundial contra los nazis y murió en acción. Antes de eso también lucho contra los fascistas en la guerra civil española.
A partir de aquella experiencia escribió un cuento fascinante con el título de “La Sonrisa”, (Le Sourire). Éste es el relato que quisiera compartir con vosotros ahora, aunque no está claro si la intención del autor era escribir un texto autobiográfico ó de ficción… yo prefiero creer lo primero.
Cuenta el autor que, capturado por el enemigo, lo confinaron en una celda. Por las miradas desdeñosas y el rudo tratamiento que recibió de sus carceleros estaba seguro que al día siguiente lo ejecutarían.

A partir de aquí contaré la historia tal como la recuerdo con mis propias palabras…
“… Estaba seguro que me matarían y me fui poniendo tremendamente inquieto y nervioso. Repasé mis bolsillo en busca de algún cigarrillo que pudiera haber quedado en ellos, y encontré uno, que con manos temblorosas apenas pude llevarme a los labios. Pero no tenía fósforos; esos sí se los habían llevado. Por entre los barrotes miré a mi  carcelero, que evitaba tener contacto conmigo. Después de todo, nadie intenta mirar a los ojos a una cosa, a un  cadáver. Decidí preguntarle…
-          ¿Tiene fuego por favor?
Me miró, se encogió de hombros y se acercó a encenderme el cigarrillo. Mientras se acercaba para encender el fosforo, sin intención alguna, nuestros ojos se cruzaron. En ese momento, sin saber porqué le sonreí.
Quizás fuera por nerviosismo, tal vez porque cuando dos personas están muy cerca una de la otra es difícil no sonreír… En todo caso le sonreí. En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo y se quedó cerca, mirándome directamente a los ojos, sin dejar de sonreír. También yo seguí sonriéndole; ahora… ya lo veía como a una persona, no como a un simple carcelero. Pareció como si el hecho de que me mirara hubiera cobrado también una nueva dimensión.
-     - ¿Tienes hijos? – me preguntó.
-     - Si, mira.
Saqué la cartera y busqué las fotos de mi familia. Él también saco las fotos de sus hijos y empezó a hablar de los planes y las esperanzas que ellos le inspiraban.
A mi se me llenaron los ojos de lagrimas. Le dije que temía no volver a ver nunca a mi familia, no poder llegar a verlos crecer y a él también se le humedecieron los ojos.
De pronto, sin decir nada más, abrió la puerta y sin añadir palabra me guió a la salida. Ya fuera de la cárcel, silenciosamente y por callejas apartadas, me condujo fuera de la ciudad. Allí, ya casi en el límite, me dejó en libertad y, sin mediar palabra, se regresó.
Si… La sonrisa, el contacto espontáneo, natural, no afectado entre las personas… me salvó.
Una sonrisa me salvó la vida.”

Para proteger nuestra dignidad, nuestros títulos, grados, estatus y la necesidad de que nos vean de tal o cual manera… Por debajo de todo eso sigue estando, lo auténtico y esencial, lo que somos. Realmente, creo que si esa parte de ti y esa parte de mi pudieran reconocerse la una a la otra, no seriamos enemigos, no podríamos sentir odio, ni envidia ni miedo. Con tristeza llego a la conclusión de todos esos estratos que tan cuidadosamente vamos construyendo a lo largo de toda la vida nos distancian de los demás y nos aíslan de cualquier auténtico contacto con ellos.
Porque sonreímos cuando vemos un bebé?
Quizás porque vemos a alguien que aún no tiene esas barreras defensivas, alguien que, bien lo sabemos, cuando nos sonríe lo hace de manera totalmente auténtica y sin engaños, y el Alma de bebé que seguimos teniendo dentro sonríe con melancólico agradecimiento…